miércoles, 13 de agosto de 2008


Buscarle tres pies al toro/ Antonio Caballero


Por Antonio CaballeroRevista 6toros6, No. 273 de 6 de mayo de 2008




Desde hace algunos años vengo oyendo repetir a menudo un aforismo inventado por algún antitaurino ingenioso, que por lo visto a muchos les parece el colmo irrefutble de la crítica:

-Si el toreo es arte, el canibalismo es gastronomía.

Pues sí. Las dos proposiones son ciertas, y ninguna de las dos es censurable. Otra cosa es que el ingenioso antinturino, que a lo mejor es también antigastrónomo, confunda los valores propios del arte con sus gustos personales. El toreo -para qué voy a entrar en ello ante los lectores de esta revista- es sencillamente el arte de bien torear. Y la gastronomía es sencillamente el arte de bien comer. Independientemente de cuál sea la naturaleza de las cosas que se comen, minerales, animales o vegetales: sal de roca, o almejas que se trgan vivas, o nueces secas y roídas, ya caídas del noga, como las consumen los vegetarianos más estrictas. O personas. El canibalismo, esa práctica cultural que consiste en darle a la carne humana tratamiento de producto alimenticio, pertenece por derecho propio al reino de la gastronomía. Puede gustar o no gustar, por supuesto. Yo, por ejemplo, no soy canibal. Pero tampoco me gusta, pongamos el caso, el brócoli, y no por eso le niego al soufflé de brocoli al queso parmesano su condición de preparación gastronómica que para otros paladares puede resultar exquisita.Ya digo: el ingenioso antitaurino autor del aforismo identifica el arte con sus gustos individuales, y la negación del arte con sus repugnancias íntimas, o inclusive con sus propias convicciones filosóficas o sus propios prejuicios culturles. Pero un arte no es una moral, no hay que juzgar el arte con criterios morales. Para los nazis, por ejemplo, todo el arte abstracto, impresionist, cubista o surrealista de la primera mitad del siglo XX era "arte degenerado". Para los curas doctrineros de la conquista de América el arte de los mayas o de los aztecas no era arte, sino manifestación demoníaca. Sin ir tan lejos, el ingenioso antitaurino me recuerda a lo que se llama en inglés un philistine, un filisteo: alguien estrecho de miras, inculto, indiferente al arte. Una de esas personas que, para decirlo con Machado "desprecian lo que ignoran", y que frente a una instalación de Beuys o un cuadro de Tapies comentan despectivos:

- ¿Esto? Esto lo hará mi hijo que tiene cuatro años con los ojos cerrados.

Y les niegan la condicion de música a las composiciones electrónicas de Stockhausen, por complicadas, o las marchas militares por elementales.

Y si menciono las marchas es porque el aforismo antitaurino que vengo citando me recuerda la célebre frase ingenios de Georges Clemenceau sobre los militares:

-La justicia militar es la justicia lo que la música militar es a la música.

A lo mejor Clemenceau sabía mucho de música; pero, siendo como era un político profesional, no creo que entendiera mucho de justicia.De manera que nada de comparaciones, por ingeniosas que resulten. A quien no le gustan los toros es porque no le gustan. Está en todo su derecho. Pero que no le busque tres pies al gato. Que no se ponga a buscarles a sus disgustos o repugnancias personales y viscerales motivos éticos o estéticos, porque on vienen a cuento.

¿Y entonces nosotros qué, a quienes sí nos gustan? Pues exactamente igual. Nos gustan porque sí: porque nos gustan. Las consideraciones éticas, estéticas, etcétera, no son nin justificación ni disculpa: vienen por añadidura.
*La foto es de Manon: manonfotoblog.blogspot.com

lunes, 4 de agosto de 2008

Como perro sarnoso/ Esteban Ortiz Mena


Esteban Ortiz Mena

La intolerancia y la estupidez han ganado espacio en nuestro medio.

Rafael Lugo, en un artículo publicado en la revista Soho edición 66, escribe que “a la postre, para la mayoría la idea obligada es amar a Dios sobre todas las cosas y odiar a quien piense diferente, porque se nota que el hombre ha entendido que prójimo solo es aquel que piensa igual, y el que no cree lo mismo es infiel, impío, hereje, perro sarnoso, humanoide descartable, cualquier cosa, pero prójimo jamás”.

Es un hecho: asesinos, retrógrados, violentos, masoquistas, perversos, putrefactos, arcaicos. Así es como califican los antitaurinos, entre los epítetos más decentes, a todo aquel que guste de la fiesta brava.

Si ser taurino es así de grave, con el perdón de los perros y los antitaurinos (que me parece tienen alguna similitud), este rato me declaro perro sarnoso.

¡Qué orgullo sentirme taurino! No hay nada más profundo que las sensaciones que alguien puede sentir toreando. La pasión no es un sentimiento exclusivo del taurino, pero los toros son una razón más para vivir intensamente.

La intolerancia es el recurso más fácil del débil de espíritu y el limitado de razón. La riqueza de la humanidad radica en su diversidad, en la capacidad de contradicción que tenemos y que ejercemos a diario, en saber crecer; y no en oponerse ni en intentar cambiar de hábitos a quien piensa distinto.

Por supuesto que este tipo de gustos son muy personales, pero no por pensar distinto o tener un gusto legítimo este carece de sentido. Hay que entender que no queremos convencer a nadie de que le gusten las corridas de toros, pero a desaparecerlas hay un abismo. No es que las corridas de toros no sean crueles y es legítimo que haya gente que a más de no gustarle prefiera su desaparición. Eso depende de cada quien. Pero el problema de la oposición a una práctica tradicional es que esta puede trasladarse a otras que forman la esencia de identidad y afirmación cultural de diversas colectividades, como dice Pancho Aguirre. No existe diferencia conceptual, como práctica cultural, entre oponerse a la ópera que a una corrida de toros. Por eso es tan absurda una oposición al tema, sobre todo cuando es producto de la intolerancia y la ignorancia.

Es posible que con el tiempo desaparezcan las corridas de toros, la cultura siempre cambia, es posible que en un futuro próximo nuestra alimentación principal sea a base de insectos. Pero esas serán prácticas culturales y sociológicas que se irán desarrollando, en el caso de ocurrir.


No se puede criticar (sobre todo frente al grave argumento de la desaparición de una tradición cultural apasionante) sin conocer. Pensemos en lo que sucede entre dos grupos de personas que se encuentran dentro y fuera de una catedral, y que intentan comunicarse lo que ven. Al mirar las vidrieras, los de adentro contemplan los colores brillantes, flores, animales, personajes. Los del exterior sólo ven la superficie opaca y gris de los cristales. Cuando unos describen su experiencia, los otros piensan que son enfermos o malintencionados. Sin embargo, los dos grupos tienen razón: están contando lo que realmente perciben, parafraseando a José Antonio Marina. “El equívoco sólo puede desaparecer si se consuma un cambio de perspectivas. Si los de adentro salen, y los de fuera entran.”

Pero cuando no hay voluntad, no hay voluntad…

Por eso, hasta tanto, yo coincido con Andrés Sánchez Magro: “reivindicamos la locura, la bendita locura de los raros, de los otros, de los toreros, de los que buscamos un sueño que nadie nos puede acabar de contar. Los que nos apegamos a la excepción cultural, que es, y nunca podrá dejar de ser, el toreo... Si hay que ser excepcionales, seámoslo” (6toros6 No. 571, junio de 2005).

Por eso, hoy me declaro taurino, loco, excepcional… y sarnoso, a mucha honra.